lunes, 18 de septiembre de 2017

ASALLAM, EL PRIMER UNICORNIO


Llegó envuelto en una nube, impulsado por un blanco torbellino. Descendió el unicornio con suavidad desde los cielos a los campos infantiles de la tierra.

El primer Unicornio

Se lo llamó Asallam, criatura de conformación temible y para contemplar hermosa, dotado de un cuerno de luz en espiral. Golpeó entonces Asallam  una roca desnuda, con su cuerno la penetró hasta grande hondura, y brotó una fuente de vida. Los fuegos se extinguían y empezaba la tierra a fecundarse con multitud de cosas muy fructíferas.
Se alzaron grandes árboles, florecieron; y bajo su sombra se instalaron las bestias salvajes y domésticas. Todo esto era intención de Dios, y el unicornio, el instrumento de su querer. De este modo se formó el jardín del unicornio, llamado Shamagim, que quiere decir lugar donde hay agua.

Unicornio, conductor y guardián

Dios se dirigió entonces al unicornio diciendo: ¡Asallam! Tú sólo serás, entre todas mis creaciones, quien recuerde la ocasión y el modo de su hechura, y vivirás en permanente memoria de la luz, para ser su conductor y su guardián. Pero jamás volverás a la luz hasta la hora final del fin del tiempo. Y el unicornio, maravillado, vivió en su jardín y fue caminando hacia afuera.
Como Asallam no participó en la creación del hombre, el unicornio lo amó aún más y ante él se inclinó como un sirviente. Fue el unicornio entonces la primera bestia que el hombre contemplara, la primera a quien dio nombre. Desde entonces hasta ahora el destino de ambas razas se ha ligado; conduce hacia la luz y sólo el hombre puede allí seguirlo.

El Libro de Némesis

En los largos años de la edad primera, hombre y bestia habitaron juntos y crecieron en estatura de cuerpo y mente. Pero en lo oscuro otros seres se desplegaban y fortalecían. El mismo día que este animal mitológico hizo surgir de la roca una fuente de vida, también se sembraron semillas de peligro. Mientras las aguas esparcían su humedad fertilizante, se filtraban también por fisuras tenebrosas y goteaban hasta cavernas secretas y ardientes que se entrelazan en las raíces de los montes.
Allí, en esas cámaras del abismo, la carga vital de esas aguas sagradas se gastó por vez primera en criar algo viviente. Así nació entre fuegos y tinieblas el dragón. Su difícil nacimiento le dejó huellas indelebles, y nunca hubo después otra criatura dotada en tal medida de tanta astucia y fuerza.

El primer dragón fue Yaldabaoth. De horrible constitución, con ojos penetrantes y sin párpados. El dragón creció enorme y generó a otros como él, entre ellos a Serpens.
Si bien los dragones tienen muchas formas y tamaños, todos son rápidos de mente y tienen sed de saber. Mientras el unicornio intenta adivinar los secretos de la creación para conocer mejor al Creador, el Dragón desea lo mismo, pero al fin de dominar el mundo y de este modo derrotar a la muerte.
El dragón odia con fuerza al unicornio por su primacía, pues no se creó a sí mismo sino que le debe a otro su ser. Así pues, lo ha perseguido siempre con la intención de devorarlo y dejar de ser el que llegó después.
Los Limites del Jardín.

Los unicornios podían desplazarse en medio del trueno, la tormenta y los temblores, pero esas alturas eran inseguras para el hombre. Así, pues, el unicornio, hermano mayor, amigo y guía, vigilaba que ningún hombre se aventurara fuera del Jardín.

Hasta hoy quedan huellas de esa gloria inmaculada; por eso ni la quietud más sosegada está libre de alguna sensación de nostalgia y exilio. Porque el hombre creció en número y en fuerza, y también los unicornios; ambas razas ingresaron juntas, en estado de gracia y de inocencia, a la plenitud de sus vidas. Entonces se forjaron los lazos que el tiempo jamás podría desatar: por larga que sea la separación existente, jamás volverán a encontrarse como extraños.
Pero el Dragón y su progenie enviaron a Serpens, la más astuta de su raza. No era de gran tamaño y por esto no inspiró temor en los corazones de los hombres. Les pareció un dragón atractivo y asombroso, de escamas orgullosas e irisadas, de palabra abundante y escogida; muy pronto se movía familiarmente entre los hombres, ocultando su propósito.

Entretejía palabras de alabanza con otras para sembrar la duda, diciendo: “Qué sabio y digno señor podría ser el hombre” y se lamentaba que su amigo lo limitara al recinto interno del jardín. No toda nuestra raza prestó oído a las sutiles incitaciones al descontento y al orgullo. El hombre y la mujer gozaban de distinta intuición desde el principio; las mujeres no se dejaron engañar por Serpen.
Cuando por fin Serpens oyó murmurar al hombre que Asallam no parecía amigo tan perfecto y sí quizás propenso a finalidades egoístas, habló más abiertamente. Más allá del jardín, aseguró, hay tierras hermosas y fértiles, dispuestas a que las dominen, pero mantiene al hombre cautivo, no sea que su número crezca en exceso y resulte ingobernable.

Esas mentiras no escaparon a Asallam, que se apartó, triste: no podía obligar a seguir los caminos de la luz. Pero nada le pidió consejo en las discusiones insensatas que siguieron. El más descarriado se levantó y alzó la voz: ¡Rompamos estas cadenas de oro, acabemos con estas ataduras! ¡Cuanto más difícil y largo sea el camino, más brillante será su término!
A partir de entonces el hombre no pudo culpar a nadie más, sólo a sí mismo, por las penas y dolores subsiguientes. Pues todos gritaron aprobando, aunque las mujeres inclinaran la cabeza en señal de silente pesadumbre. De este modo se cumplió el trabajo del Dragón, y así esas palabras sellaron la condenación del Hombre.

La División de las Razas Hermanas.

El hombre cayó en un marasmo moral, adoró ídolos y luchó contra sus semejantes. Y durante todos esos años el hombre y los unicornios se separaron más y más, tal como quería el dragón. Marchó entonces por una senda aparte mientras el hombre se mantenía en su locura; así acabo su vecindad. Aunque la criatura sigue viviendo en el jardín de la dimensión dorada, su corazón aún está ligado al hombre; así se desplaza a través del mundo y permanece inmóvil junto a la frontera actual del mismo.



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